Uno de los
mayores logros conseguidos con la creación de Facebook fue dotar al mundo de la
capacidad de recuperar el contacto con gente que había quedado borrada del mapa
desde hacía años, y la opción de crear grupos dentro de esta aplicación nos
lleva a la inevitable consecuencia de la organización de cenas de reencuentro con
los ex-compañeros de la escuela.
Cada clase es
un mundo aparte, con sus peculiaridades, pero después de analizar este tema con
amigos de otros lugares, otras escuelas y otras edades he llegado a la
conclusión de que todas estas reuniones son mucho más parecidas de lo que
pensamos, ya que se suelen repetir los mismos patrones en todas y cada una de
ellas.
En toda cena de clase:
Estamos en la
puerta del restaurante, porque nadie quiere ser el primero en entrar, hasta que
ya hay un número considerable de asistentes. Poco a poco van llegando todos. Si
en clase había 30 alumnos, raro es el caso en que están todos presentes en la
cena. Siempre suele haber ausencias: el que se cambió de cole en segundo y ya
nadie supo de él, o aquél que todo el mundo sabía de él pero nadie lo invitó, o
el que fue avisado pero prefirió no ir por pereza o vergüenza, o la que vive en
el extranjero y tiene la excusa perfecta para no asistir, pero que dirá que le
hubiera encantado asistir si hubiera estado allí, sabiendo que no es cierto.
Para suplir
estas bajas, no podían faltar las nuevas incorporaciones: el que viene con la
pareja porque son como un único ser indivisible (que llega cuando la cena está
a punto de acabarse para “tomar el café”), o el que iba a otra clase u otro
colegio pero es amigo de todos, o algún antiguo maestro con unas cuantas canas
más que no quiere perderse el espectáculo metamórfico de sus ex-alumnos, e
incluso Paco, el camarero del lugar donde se organiza la cena, porque después
de pedirle que sacara 200 fotos del grupo y de haber repartido numerosas jarras
de sangría, ya lo han adoptado como uno más del clan.
Ya hemos ido
tomando asiento en esa mesa larga que Paco ha preparado con tanto esmero.
Pedimos algunos entrantes para compartir entre todos, pero aún estamos fríos,
no se ha roto el hielo y algunos nos sentimos descolocados.
El principal aliciente para asistir a estas cenas no es volver a ver a los
amigos de la infancia, no nos engañemos, sino la curiosidad o morbo que tenemos
de saber cómo son ahora y cómo han cambiado sus vidas.Lo primero que nos aseguraremos de saber es quiénes están casados y quiénes ya son padres. Después vienen las sorpresas en cuanto a las expectativas de futuro que se tenía de cada uno: aquel que parecía que iba a pertenecer a la jet set por sus aires de superioridad ahora es camarero o cajera del supermercado (profesiones totalmente respetables, sin ánimo de ofender a nadie), o el que, pese a haber tenido dificultades cada año para poder pasar de curso, consiguió un lugar de trabajo envidiable o incluso creó su propia empresa y en ocasiones hasta se convirtió en el jefe de otro a quien no le suponía ningún esfuerzo aprobar los exámenes. Unos se habrán complicado la vida, mientras que otros la habrán sabido encarrilar.
Pero mientras nos ponemos al corriente de estos cambios también vamos analizando los más evidentes a la vista, los cambios físicos. Entre éstos suele haber algunos bastante comunes que se repiten en todas partes, como que el gordo o la gorda de clase ya no están tan gordos y quizás ahora ligan más que tú, que la guapa de tercero sigue teniendo algo pero ya no es lo mismo, que el que triunfaba con las niñas ahora está más calvo que los padres de los demás, o que aquél que era tan sensible y que le gustaba jugar con las niñas finalmente salió del armario y se declaró homosexual.
Por muy chocantes que puedan ser estos cambios para algunos, todo esto pasa a segundo plano cuando empieza oficialmente la cena. Llega el plato principal. Ahora ya no somos tan extraños. Empezamos a ver en los otros reflejos de lo que fueron, y sentimos que ya no hay excusa para no quitarnos las espinas que llevábamos tantos años clavadas.
A partir de ese momento todos retrocedemos varios años atrás y por unos minutos
u horas volvemos a ser los niños que fuimos: los populares y los marginados
siguen jugando sus roles en la mesa del restaurante (aunque sus vidas sean
totalmente opuestas a esa idea), se forman los mismos grupos o clanes de
siempre (los “gamberros”, los “empollones”, las “guapas”,…). En ese pequeño
espacio se recordarán infinidad de anécdotas vividas durante nuestra etapa
estudiantil, se rescatarán del baúl de los recuerdos esos motes despectivos (el
gordo, el gafotas, el orejudo, el repelente, u otros más originales) que tantos
traumas de infancia causaron (tan perseguidos últimamente con esto de la
sobreprotección a los niños y la moda de llamar bullying a cualquier percance
escolar), y cómo no, siempre habrá quien sea el centro de atención y monopolice
la conversación. Llegan los postres y los cafés. Pensamos que ya no nos cabe nada más, ni en el estómago ni en la cabeza, pero siempre queda algo de espacio para un dulce, así que también saldrán a flote antiguas historias de amor, que harán enrojecer a más de uno, en las que casi todos estuvimos envueltos en algún momento, y que quizás alguna de esas llamas no haya acabado de apagarse.
Llega el
momento de pagar la cuenta (más la propina para Paco). Se empiezan a asomar
frases de clausura como “en fin…”, “bueno, pues…”, “ya son las 12…”. Unos
cuantos seguirán la fiesta en algún bar nocturno o discoteca, pero otros
tendrán que volver a ser adultos e irse a hacer sus respectivos deberes. El
grupo se ha disuelto, la cena ha concluido.
Habrá a quien
se le hagan incómodos estos últimos instantes de despedida. Cuando la incógnita
de “¿cuándo los volveré a ver?” se hace demasiado triste, es cuando realmente
cobran sentido estas cenas. Aquellos que sienten que aún tienen muchas cosas
para contarse y muchas posibles experiencias para vivir juntos, se intercambian
los números de teléfono y empiezan a hacer planes para volverse a ver en breve.
Estas cenas, por suerte, también sirven para retomar el contacto con algunos
compañeros, de los que nos habíamos alejado involuntariamente y con los que
seguimos teniendo aficiones similares, y son el punto de inicio de una nueva
amistad para toda la vida.
A esos antes
mencionados, los que sí fueron avisados para la cena pero prefirieron quedarse
en casa, los animo a que asistan la próxima vez que sus excompañeros organicen
algo parecido. Nadie queda indiferente, y aunque pueda parecer una cena normal,
es una oportunidad única de olvidarnos de las responsabilidades que tenemos por
el hecho de ser adultos, y de volver a revivir y buscarle el punto de vista
positivo a todos esos momentos que, queramos o no, nos ayudaron a ser quienes
somos hoy.
Para mis
ex-compañeros de clase del Col·legi Jardí de Granollers.
(Perdona Marc per tapar-te amb el meu "cap de pera")
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